14 de febrero, que mejor día para empezar, que el día de los enamorados para volver a enamorarme de la vida, de la salud, de otro estilo de vida y de mi cuerpo, bueno, pues ese 14, pedí cita con el dietista Miguel Sainz.
Yo sabía que la dieta no me iba a ir mal por dos razones. La primera, es que dos compañeros del trabajo la habían hecho y habían perdido una porrada de kilos, así que sabía que era efectiva. Y la segunda, es que yo soy muy alemana y sabía que la disciplina y el sacrificio no iban a ser ningún problema para mi, así que si tenia que comer tornillos durante un mes, los hubiera comido. A «güevos» no me gana nadie, soy un poco tío en ese aspecto. No me retes, porque entro a saco. Además, como decimos en mi familia, soy Corral, y como se me meta algo en la cabeza….
Ding, dong. Un señor con bata blanca me abrió la puerta y me hizo pasar a una sala de espera. Cuando me tocó pasar a la consulta estaba un poco nerviosa la verdad. No sabía que iba a pasar y sobre todo lo que me iba a decir. Estuvimos hablando largo y tendido sobre mis malos hábitos (aunque yo en ese momento pesaba que comía bien y que lo hacía bien, como la mayoría de los que estais leyendo este post.) Después pasamos al peso y por la cinta métrica. Entonces llegó la bofetada. Esas palabras que me dijo, hicieron que me diese cuenta, que aunque yo había llegado a esa consulta por un tema meramente estético, ese hombre me hizo ver que mi salud estaba en riesgo, algo de lo que yo no había sido consciente hasta ese momento. Me dijo: – «La grasa en el cuerpo en general no es buena, pero la grasa abdominal es la peor, y eso que tienes tu ahí, es grave. Ahora eres joven y tienes a favor dos cosas, que todavía produces estrógenos y que tienes una analítica perfecta (a pesar de mi gordura, la verdad es que nunca he tenido de nada), pero de aquí a unos años, esa grasa abdominal se va a traducir en colesterol, hipertensión, infarto…. »
Me quedé helada, por primera vez fuí consciente de todo. Siempre había oído que la gordura no era buena, pero nadie me había hablado tan claro, directo y en primera persona. Así que las ganas de seguir adelante se multiplicaron por mil.
La consulta terminó con una sesión de mesoterapia y otra charla sobre lo dura que sería la dieta y los objetivos que nos teníamos que marcar. Miguel no era consciente de la cabezona que tenía delante y él me decía, «iremos poco a poco» pero yo sabía que él estaba ante un caballo ganador. En ese momento ya supe que esa batalla contra los kilos estaba ganada.